Río Suquia Paseos Educativos te invita a conocer la Reserva:

El presente trabajo es fruto de una larga tarea de búsqueda, recopilación y selección de los artículos temáticos más relevantes sobre el Cerro Colorado y las pinturas rupestres en general. Asimismo, he privilegiado aquellos que son de una lectura clara y didáctica.
Tengo como objetivo que este trabajo sirva como referencia para conocer más a fondo esta Reserva Cultural Natural ubicada en la Provincia de Córdoba (Argentina), además de servir de material de apoyo a los estudiantes que la visitan año a año.
Durante 28 años de actividad como profesional en turismo he tenido la dicha de acompañar y guiar a centenares de alumnos por esta reserva, y un fuerte lazo de cariño se ha formado con esta tierra. Que sea entonces este blog una forma respetuosa de agradecer y valorar al cerro y su gente.
Eduardo Marconetto

Grutas pintadas del Cerro Colorado


El siguiente artículo fue escrito especialmente para la Revista Folklore por Atahualpa Yupanqui, en 1961.


Seguramente cuando Lugones en sus magníficos “Poemas Solariegos” hizo referencia a las “grutas pintadas del Cerro Colorado”, no imaginó jamás la repercusión que su cita habría de tener en el enjambre de estudiantes y estudiosos de arqueología, folklore y etnología, apasionados buscadores del ayer artístico de las colectividades.


Nuestra Córdoba, en el corazón geográfico del país argentino, presenta yacimientos arqueológicos ya famosos en el mundo. Nuestra gente, Imbelloni, Aníbal Montes, Lozano, Márquez Miranda, Rex Gonzáles, han trabajado tenazmente en los distintos Inti-Huasi cordobeses. En Ongamira, en Pampa de Olaen, en Achala, en Cuchi-Corral y en Cerro Colorado, éste último frontera de los departamentos Río Seco – Tulumba – Sobremonte, nuestros aguerridos investigadores han hurgado todas las piedras, toscas y areniscas hasta dejar al descubierto todos los signos de la cultura indígena, la labor de los artistas sanavirones y comechingones, la influencia de Tihuanacu y Cuzco en los cultos del enterratorio en huacas y tinajones, los ritos del viaje y de la muerte, y las diversas manifestaciones del entendimiento sobre medicina, la siembra, la lucha en la selva, etc.


Casi sin ayuda oficial en la mayoría de los casos, costeando de su propio peculio las excursiones, excavaciones, traslados, etc., nuestros “hurgadores” de cerros han probado la importancia de los yacimientos arqueológicos y etnográficos de Cerro Colorado.


Así fue que se produjo, hace treinta años, la llegada de los señores Gardner desde Londres. Estos ingleses estuvieron meses enteros entre chañares, picachos y vertientes, anotando, copiando, oteando constelaciones en las noches. Y fue de ellos el primer libro importante, nutrido, sobre Cerro Colorado. ¡Pero se llevaron el sol del Inti-Huasi, descuajado de la mole pétrea, y ahora se exhibe en un museo de Londres!


El sabio Pedersen lleva años ya, viajando por el mundo, de la Isla de Pascua hasta los Pirineos. Estuvo, como todo inquieto,

meditando en las cuevas de Altamira, copiando los

viejos petroglifos de Transilvania, y en las grutas azules de Starazagora, cerca de la Macedonia búlgara, donde los Balcanes custodian maravillas arqueológicas. Pues, este investigador Pedersen, todos los a

ños, desde hace más de quince, camina los angostos vallecitos de Cerro Colorado, y lleva estudiados más de 400 dibujos indígenas de la región, determinando la edad, la condición de los pueblos indianos que los produjeron, comparándolos con otras culturas de América, Europa y Oceanía, haciendo, en fin, una enorme labor de esclarecimiento y análisis. Lástima que tan valorable obra, que abarca seis grandes tomos, tendrá que publicarse en danés, porque no alcanzó a tocar la sensibilidad de nuestros editores. ¡Claro! Son obras demasiado caras sobre asuntos “ya viejos”...


Mientras tanto, son centinelas del Cerro Colorado, todos los vecinos, que suman 150 en la legua cuadrada. No faltan “turistas” que borroneen piedras, o hurten flechas, o estropeen senderos. Pero esto se comprende. Hay todavía gente que no ha aprendido a oír la voz de todos los dioses que le transitan por la sangre a nuestra América deslumbrante y misteriosa. Cuando se sube a las cuestas del Veladero, del Cerro Mesa, del Colorado, del Cerro de las Cañas, o del Cerro de Los Pumas, se va hacia los sitios exactos de los mangrullos comechingones. Ahí se descubrieron tumbas, algunas momias. Allí se hallan puntas de flecha, pequeños huaycos en el granito.


Y a lo largo de esta cadena de sierras, centenares de cuevas con dibujos en rojo-negro, en rojo-blanco, con tinturas indelebles. Figuras de caciques, de guerreros. Escenas de luchas con pumas. Llamas, multitud de “llamas enfloradas, de andar suave” como decía Zerpa, pintadas con belleza y precisión por los artistas aborígenes.

Y allá abajo, cerca del Río de Los Tártagos, o al pie de la Quebrada Brava, los claros ranchos del paisaje cerreño, entre higueras, algarrobos y piquillines. Allí están los Saravia, los Bustos, los Contreras, los Argañaraz, los Guayanes, los Medina, los Sammamé.


Cualquiera de ellos tiene bisabuelos enterrados en la comarca. Al custodiar las reliquias indias, guardan el eco diez veces sagrado de las coplas que caminaron carnavales y navidades, encendidas de amor y de amistad, de gracia y de nostalgia. Porque Cerro Colorado es un país de guitarras y de cantores. Allí nadie aprende a tocar la guitarra. Los changos observan a los viejos guitarreros lugareños. Los oyen diariamente, y un día, salen rasgueando un “gato” con un sentido del ritmo y una seguridad tal que envidiarían sanamente los jóvenes de “guitarreadas”.

El nieto de Tristán Zaire, el domador, era buscado como “musiquero” en los bailes de cumpleaños y de bautizos. Y tenía seis años. Y Luis Martínez, maravilloso chango de ocho años, cuando en los domingos bajan los autos de los “turistas”, al ver a algunos de ellos con una guitarra, grita: “Ahí llega un alumno...! Y canta feliz hasta entrada la tarde, y zapatea, y dice de memoria mucho del “Martín Fierro”.


Luego están los maduros: el indio Pachi, moreno y buenazo; Roberto Ramírez, incansable y creador de chacareras, el montaraz Rodríguez, cuidador del cerro y coplero de los caminos. Y luego todos, porque todos en alguna medida, rasguean guitarra, sueltan su copla en la tarde, mientras los rebaños descienden retozando, y las palomas cruzan de monte a monte, como un mensaje que va pintando sombras sobre los surcos de las chacras maiceras.


En el Cerro no hay hoteles, ni electricidad, ni estaciones de servicio. Es decir, todo es perfecto, como cuadra a una aldea pequeñísima, con gente sencilla y buena, y profundamente honesta; con caballada flor, con hondas quebradas y plácidas arenas; con un reino de zorzales, reinamoras, juan-chiviros y palomas, con higueras y duraznos, y tunas; con aromas de doradilla, menta y romero; selvas de berros en los arroyos, y viejas trenzadoras de hilos bermejos y azules junto a primitivos telares.

(escrito en 1961)