Río Suquia Paseos Educativos te invita a conocer la Reserva:

El presente trabajo es fruto de una larga tarea de búsqueda, recopilación y selección de los artículos temáticos más relevantes sobre el Cerro Colorado y las pinturas rupestres en general. Asimismo, he privilegiado aquellos que son de una lectura clara y didáctica.
Tengo como objetivo que este trabajo sirva como referencia para conocer más a fondo esta Reserva Cultural Natural ubicada en la Provincia de Córdoba (Argentina), además de servir de material de apoyo a los estudiantes que la visitan año a año.
Durante 28 años de actividad como profesional en turismo he tenido la dicha de acompañar y guiar a centenares de alumnos por esta reserva, y un fuerte lazo de cariño se ha formado con esta tierra. Que sea entonces este blog una forma respetuosa de agradecer y valorar al cerro y su gente.
Eduardo Marconetto

¿Qué sabes de la Reserva Cerro Colorado?

A manera de introducción, podemos comenzar con su ubicación: la Reserva se encuentra en la confluencia de los Departamentos Sobremonte, Río Seco y Tulumba, a 11km de la Ruta Nac. 9 y a l68 Km. de Córdoba; un lugar atractivo por su llamativa geología que se sintetiza en rocas de color rojizo; por el encanto de su paisaje natural y por sus interesantes y valiosos yacimientos pictográficos. En un área situada en el escalón serrano oriental del norte de la provincia, esta reserva se halla inmersa en un ambiente chaqueño cuyo clima pertenece a la transición del dominio semi-húmedo al semi-desértico, carente de una estacionalidad invierno-verano, y con temperaturas que oscilan entre 11º y 25 º centígrados promedio.

Nombrar a Cerro Colorado sugiere, actualmente, transportarse en forma imaginaria hacia tiempos en los que el hombre que era dueño de estas tierras aprendía con la naturaleza el desafío de la existencia diaria.
Su testimonio, que no pudo ser borrado por los siglos, permanece intacto y abierto a los ojos del hombre de este tiempo. Está en las paredes de los aleros que penetran el complejo orográfico formado por elevaciones que, por extensión, son conocidas en conjunto como Cerro Colorado.

Entre ellas se encuentra el Cerro Veladero (810 m.s.n.m), Colorado (830), IntiHuasi (772), Condorhuasi, La Mesada, y Muñuño o Ulloa. Están constituidos por rocas sedimentarias de tonos rojizos, lo que ha originado la denominación “colorado”.
Las areniscas se erosionan muy fácilmente por acción del viento y la humedad, quedando moldeadas cuevas y aleros de formas y tamaños diversos. Su tonalidad tan particular se debe a la presencia de compuestos de hierro (óxidos) en su constitución.

Las profundas quebradas que se dibujan entre los picos dan curso a reducidos caudales de agua, que forman luego el Río de Los Tártagos.
La Reserva posee además un interesante patrimonio florístico y faunístico, representativo de la región del “Chaco Serrano” a la cual pertenece, cuyo exponente de mayor significación es el bosque que cubre la totalidad del área, compuesto principalmente por el “mato” (mycianthes cisplatensis)

Además, como valor agregado -si aún fuese necesario-, es allí en Agua Escondida, en su querido Cerro Colorado donde Atahualpa Yupanqui construye su casa -hoy museo-, y que es visitada anualmente por centenares de estudiantes y turistas en general, como un acercamiento a su profunda y vasta obra de poeta, guitarrero y cantor... un decidor, un portavoz de su tierra, de su gente...

Fauna de Cerro Colorado

Al igual que la vegetación, la fauna que habita las sierras de córdoba posee aportes de especies de diferentes ambientes. Las hay de origen subtropical o brasílico, andino y pampeano.
En el área de Cerro Colorado, además de esta característica, se suma el hecho de una orografía accidentada, con quebradas, laderas, cimas de cerros y espacios abiertos y llanos.

Tal variedad de situaciones contribuye en mucho al enriquecimiento en especies de la fauna local. Esto se debe a que la diferente constitución y requerimientos biológicos de las especies condicionan a las mismas a vivir en hábitats distintos. De esta forma los animales se “aíslan” unos de otros, reduciendo la competencia por recursos, tales como alimento, lugar de cría, área de caza, etc.

Es indudable que en el pasado la fauna de esta zona fue más rica en especies que en la actualidad, era mayor la biodiversidad. Son prueba de ello las representaciones pictográficas que realizaron los indígenas. Muchos de los motivos cubren una amplia gama de animales, algunos de los cuales hoy ya no existen en la zona.
Por ejemplo, en aquel entonces las llamas y los guanacos poblaban la zona en estado silvestre; hoy han desaparecido, así como el yaguareté o tigre americano.
Algo semejante puede decirse del cóndor, especie ésta que llamó la atención del indígena, pues es la más representada de las aves.
Así y todo, muchas especies han perdurado hasta nuestros días a pesar de la intervención humana.

La variedad de la vida silvestre de “Cerro Colorado” se hace más perceptible en aves e insectos, ya que estos dos grupos se prestan más fácilmente a la observación.

Respecto a las aves, de las más conspicuas mencionaremos a dos: el congo y el jote, aves muy parecidas ente sí, pero que en vuelo pueden identificarse fácilmente por el plumaje de sus alas. Estas son aves carroñeras que pasan la mayor parte del tiempo en las cimas de los cerros, donde se las puede ver “carretear” pesadamente para levantar vuelo. Se ve ocasionalmente al águila mora y una pareja del halcón peregrino que anida en el Cº Inti-Huasi. Lechuzas y búhos, como el ñacurutú, controlan el número de roedores. Por cierto, decenas de especies de pájaros, cuya lista sería muy extensa: zorzal, benteveo, cardenal, chincheros, hornero, carpinteros, martín pescador, garzas, etc., etc., etc...

Las especies de la macrofauna, como la corzuela o el puma, son difíciles de observar por la actitud tímida y asustadiza de la mayoría de estos animales. Escasos en la zona, aún pueden encontrarse ñandúes y pecaríes.
Por otra parte, muchas especies, por sus adaptaciones biológicas, desarrollan su actividad durante la noche, permaneciendo ocultos durante el día. Tal es el caso del zorrino, el zorro gris, la comadreja overa, el gato del monte, el yaguarundí, etc.

Son comunes las especies de sangre fría –poiquilotermos- como los batracios: sapos y ranas, y los reptiles: lagartijas, chelcos, culebras, víboras y el lagarto overo (iguana)
La variedad de insectos es enorme. Entre los coleópteros, llaman la atención por su tamaño y robustez: el taladro grande, el cortapalos, el bicho candado y el escarabajo pelotero.

En la proximidad de los arroyos son comunes los alguaciles y libélulas, y sobre las aguas quietas, los escribanos o zapateros del agua. Estos son insectos gregarios que, gracias a la especial conformación de sus patas, pueden mantenerse sobre la superficie del agua y desplazarse rápidamente como patinadores.
Hay una gran variedad de mariposas, algunas se destacan por sus colores y envergadura alar, como los pabellones y la mariposa de los naranjos.

(Fuente: Cuadernillo editado por el Departamento Áreas Naturales de la Dirección de Recursos Naturales Renovables – Córdoba – “El Parque Arqueológico Natural Cerro Colorado”)

Flora de Cerro Colorado


Sacha huasca (Dolichandra cynanchoides)
La vegetación que actualmente cubre el área del Cerro Colorado puede interpretarse como la síntesis de acontecimientos naturales ocurridos en tiempos geológicos pasados, y que por otra parte, son comunes a todo el sistema serrano en esta provincia.

Los estudios permiten suponer que antes del levantamiento de la Cordillera de Los Andes, las áreas que hoy constituyen las sierras pampeanas de Córdoba estaban cubiertas en su mayor parte por vegetación de características tropicales.


Shinqui (Mimosa farinosa)
La elevación del sistema andino, al impedir la entrada de vientos húmedos del Pacífico, trajo aparejados cambios climáticos notables. Así es como se llegó a la aridez en áreas próximas a la cordillera, y a la semiaridez en aquellas más alejadas. La vegetación comenzó, entonces, a evolucionar hacia la adquisición de características xerófilas, típicas del los ambientes secos.

Algarrobo (Prosopis chilensis)
A través de este lento proceso de adaptación y ajuste de las especies vegetales a las nuevas condiciones creadas, se formó en el sistema de sierras, un “bosque serrano” constituido por especies de distinto linaje, es decir, especies de características de distintos ambientes. Así, el clavel del aire, el coco y los chaguares son de linaje andino; en cambio otras como el mato, el chañar, el tala y el mistol son de linaje tropical.
Entre las especies arbóreas que componen el bosque de la Reserva Cerro Colorado, se encuentran aquellas que mantienen el follaje todo el año –perennifolias- como el molle de beber y el coco, y aquellas que lo dejan caer en otoño e invierno –caducifolias- como el chañar, el tala y el algarrobo, entre otras.

Mato (Myrcianthes cisplatensis)
En los faldeos, la especie típica es el mato, fácilmente identificable por su tronco y ramas, a veces muy tortuosas, y por su corteza amarillenta canela, de textura muy lisa que al tacto produce la sensación de frío. Su área de crecimiento está prácticamente restringida a ese sector de las sierras norteñas de Córdoba. Pertenece a la familia de las mirtáceas, a la cual también perteneces los eucaliptos y los arrayanes, que viven en el sur argentino y chileno.
También observamos el manzano del campo, cuyos frutos al madurar adquieren tonalidades rojizas intensas; y el molle de beber, con sus características hojas coriáceas y brillantes. Esta especie es evitada por algunas personas debido a que su secreción, casi imperceptible y en forma de fino rocío, puede provocar síntomas alérgicos. En estos casos se dice que la persona “ha sido flechada por el molle”.
Debido a las condiciones de microclima que ofrecen las quebradas, el bosque desciende por los faldeos hasta la orilla misma de los arroyos.

Aromito / Espinillo / Churqui (Acacia caven)
La importancia del bosque como cubierta vegetal protectora, especialmente de los faldeos, ha llevado a su declaración como “bosque protector permanente”. Su disminución o desaparición llevaría a la pérdida del suelo por acción del viento y el agua; a la alteración de los hábitats, al avance de las condiciones de semiaridez, al desajuste de las condiciones de equilibrio, perdiéndose el valor productivo y belleza escénica del área.
Las modificaciones del hábitat son la principal causa de la disminución o desaparición de las especies animales y vegetales. 

Palma caranday (Trithrinax campestris)
Entre la multiplicidad de especies que también crecen en la zona, se encuentran el piquillín serrano, el garabato, el espinillo o aromito, y la palma caranday, entre otras. Es característica la flor de la “lagaña de perro”.
Llama la atención la cantidad y variedad de líquenes (una asociación entre un hongo y un alga), sobre las piedras, ramas y trocos, que caracterizan a un área no degradada. Dentro de las xerófilas, aparte del mencionado chaguar, vemos a la opuntia, el ucle, quimilos y cardones.
(Fuente: Cuadernillo editado por el Departamento Áreas Naturales de la Dirección de Recursos Naturales Renovables – Córdoba – 1976 – “El Parque Arqueológico Natural Cerro Colorado”)

Antes de los comechingones: la cultura Ayampitín

Los primeros cordobeses

Desde muy antiguo, las sierras de Córdoba (con variantes climáticas, vegetación e incluso algunos animales distintos a los que hoy apreciamos) fueron un hábitat preferido por los primeros grupos nómades de cazadores especializados. Las características geográficas, los recursos y la ubicación central, hicieron de la zona un lugar de paso o bien de convergencia de culturas. De esto se deduce que los primeros cordobeses fueron extranjeros, y que debemos remontarnos al poblamiento de América –especialmente al andino-, para comprender su origen.


La arqueología nos permite “seguir” la progresiva evolución y expansión del hombre hacia el sur, desde Alaska, por donde ingresó a América tras cruzar el istmo de Bering. El actual estrecho se comportó, entonces, como puente entre Asia y nuestro continente, permitiendo el ingreso de grupos humanos en la prehistoria.
En la zona andina, los yacimientos arqueológicos más antiguos están en la costa del Perú, Ecuador y norte de Chile. Allí se encontraron restos de una cultura primitiva, demostrándose que el hombre llegó a los Andes hace más de 20000 años. Luego, varias corrientes de cazadores se fueron desplazando y estableciendo en distintos ambientes, a los que tuvieron que adaptarse ellos y su industria lítica (puntas de proyectil y otros instrumentos de piedra), sobre todo por el tipo de caza que realizaban.
Estos desplazamientos se produjeron en momentos en que la fauna del pleistoceno comenzaba a extinguirse y empezaban a desarrollarse especies animales posglaciales: camélidos (llamas, guanacos, vicuñas), venados y roedores actuales.

Hace 10000 años (8000 antes de nuestra era), ya en el período denominado Holoceno, gran parte de nuestro país estaba habitado por estos cazadores. Un yacimiento arqueológico correspondiente a estos primeros grupos se encuentra en Ampajango (Catamarca), donde el hallazgo de un conjunto de hachas y otros elementos líticos hace suponer que, además, eran recolectores de frutos, raíces y semillas.
En Córdoba, los yacimientos más antiguos con restos humanos son los de Candonga y Ongamira, hallados en aleros y grutas, aunque también los hay en sitios al aire libre como en la propia Ciudad de Córdoba, Miramar y Los Reartes.

El hallazgo de Candonga fue muy importante, por su antigüedad, dentro del ámbito de las Sierras Centrales. En las capas sedimentarias más profundas de una pequeña gruta, aparecieron restos óseos pertenecientes a especies de mamíferos extinguidos, y parte de un cráneo humano juvenil que presentaba una deformación intencional (práctica que luego se hizo frecuente en los primeros grupos, observada también en Inti-Huasi)
Si bien no se cuenta con un fechado absoluto para esta primera etapa de poblamiento, junto a estos restos se hallaron fogones y huesos de animales pleistocénicos extinguidos. De allí que la antigüedad de tales sitios se calcule a través de datos estratigráficos (sedimentos en que se hallan) y paleontológicos (comparación con restos de animales de su misma época).
Esto arroja como resultado que los primeros cordobeses habrían llegado entre 14000 y 12000 años atrás. Las edades se deducen, además, porque en una caverna de Los Toldos (Prov. de Sta. Cruz) hay un yacimiento con fechado radiocarbónico de 12600 años (10600 A.C.); hay que tener en cuenta que el poblamiento de nuestro territorio se realizó de Norte a Sur.

Ayampitín

Aníbal Montes descubre en 1940, en el paraje denominado Ayampitín (Pampa de Olaen), un yacimiento que hoy resulta la industria mejor conocida de los grupos de cazadores-recolectores especializados más antiguos de nuestra provincia.
La denominada cultura Ayampitín se desarrolló especialmente en las pampas de altura de nuestras sierras: Achala, de Olaen, de San Luis, donde vivían de la caza de guanacos, cérvidos como el huemul o la corzuela y ñandúes. Para cazarlos utilizaban proyectiles con puntas lanceoladas (en forma de hoja de sauce o de laurel) que lanzaban con un propulsor, ya que aún no se utilizaba el arco.

El hallazgo de molinos planos permite suponer, además, que recolectaban semillas, raíces y frutos. El yacimiento hallado en la gruta de Inti-Huasi, en las Sierras de San Luis, permitió fechar esta cultura (a través del carbono 14), en 8000 años de antigüedad (6000 años A.C.) y se afirma que estos grupos subsistieron hasta muy entrada nuestra era.
De los animales mencionados como habitantes de las sierras, pampas de altura y aún bosques y llanos de nuestra provincia, que cazaban los aborígenes, sólo subsiste un pequeño grupo de guanacos en la Reserva Natural Monte de Las Barrancas, en las Salinas Grandes. En algunos campos privados se encuentran ñandúes, en los bosques del norte cordobés hay algunas pocas corzuelas, mientras que el huemul ha desaparecido de Córdoba para refugiarse en algunos parajes andinos argentino-chilenos.

Los que vinieron después:

Grupos de cazadores y recolectores tardíos sucedieron a los ayampitinenses, aunque la mayoría de los arqueólogos que se ocuparon del tema, coinciden en decir que no hay tenido ningún contacto entre sí. Se los distingue por el reemplazo de las puntas de proyectil lanceoladas a otras de formas triangulares y almendradas (las puntas más perfeccionadas denotan la evolución).

Algunos autores señalan que fue la convivencia de estos nuevos grupos con los descendientes ayampitinenses, lo que posibilitó la aparición de la alfarería y agricultura en Córdoba. Cerca del año 200 de nuestra era, comienzan a llegar pueblos que traen la influencia de las culturas agro-alfareras del noroeste argentino. Se supone que ellos introdujeron la agricultura, las hachas pulidas y los primeros objetos en cerámica. Con estos pueblos, además (hacia el 500 de nuestra era), aparece el arco para lanzar flechas, cuyas puntas eran también triangulares, de piedra y más pequeñas, de no más de 30 mm. de largo y muy bien trabajadas.

Ya no solo se expanden por las sierras, sino también por el llano (centro-norte de nuestra provincia). De estos últimos –que pueden considerarse “abuelos” de los comechingones y sanavirones encontrados por los españoles- se ha hallado abundante material arqueológico en Pampa de Olaen, Valle de Punilla, costas de la Laguna de Mar Chiquita, Río Segundo y Los Molinos.
La aparición de la agricultura hizo que se pasara del nomadismo a la etapa sedentaria, por lo que hacia el año 1000 se habían establecido numerosos pequeños poblados. Importantes manifestaciones artísticas de estos pueblos continuaron realizándose hasta la llegada del español, como las pictografías que encontramos en Inti-Huasi, Charquina y Cerro Colorado.
(Fuente: suplemento “Córdoba en Foco”, Sección especial de la revista “Aquí Vivimos”)

Los Comechingones


Los sanavirones llamaron comechingones a sus vecinos del sur, es decir, a los indígenas que habitaban en casas-pozo desde la zona de Cruz de Eje hasta la de Achiras en el sur, en la provincia de Córdoba; en San Luis ocupaban el área de Conlara.

Los comechingones son descriptos así: altos, morenos, barbados, caracteres que distinguen a los huárpidos; las mediciones de esqueletos hallados dan una media de 1,65m y 1,68m; su cabeza era más o menos alargada y siendo deformada -ocasionalmente- en la forma tubular erecta típica de los diaguitas.


Origen

La antigüedad de los comechingones en las sierras cordobesas parece muy remota; la gruta de Candonga fue habitada desde los primeros tiempos de la era presente; pero son anteriores todavía los aborígenes de los yacimientos de Ongamira y Observatorio, pues todavía no conocían la alfarería y predominaba en ellos el instrumental lítico y de hueso. Alberto Rex González estudió el horizonte precerámico de las sierras cordobesas, el yacimiento de Ayampitín en Pampa de Olaen, el abrigó de Ongamira, la gruta de lntihuasi, en San Luis. Los restos arqueológicos hallados tendrían una antigüedad de cinco milenios, según O. Menghin. Elementos de la época paleolítica como las puntas de lanza o jabalina, de piedra y en forma de hoja de laurel, hallados en varios lugares, perduraron hasta la llegada de los españoles.



Probablemente aquellas "medias picas" de que hablan los documentos de la época de la conquista fuesen esas antiguas lanzas o jabalinas.

Cultura

A las primeras etapas de la cultura se habrían agregado elementos andinos, que aportaron el cultivo de la tierra, el sedentarismo, la cría de llamas, el hilado y el tejido, el vestido de lana, la cerámica negruzca y grabada y el uso de objetos de metal, aunque no aun metalurgia propia.
En la cultura y el hábitat de los comechingones se advierten también elementos de origen amazónico, probablemente transmitidos por los vecinos del norte y del noroeste, los sanavirones. Tendría esa ascendencia sobre todo el modelado de la cerámica dentro de cestos, en el sector septentrional o henia, de asa ancha y maciza, que Serrano llamó aletón. Quizás se podrían añadir algunos fragmentos de cerámica fina y pintada; y las hachas de piedra pulimentada, del Neolítico

Los comechingones de la época histórica fueron la resultante de esas distintas influencias, las incaicas no llegaron hasta ellos y las amazónicos son muy débiles; y eso distingue a estos pueblos de los otros del noroeste. Aparido puede hablar de una "verdadera ínsula etnográfica dentro de la cual se han conservado los elementos de una cultura primordial que, en cierta época, habría sido común a buena parte del noroeste argentino.

Del nivel cultural de los indígenas de las sierras de Córdoba ofrecen excelentes testimonios las pinturas rupestres, abundantes en tres grandes zonas, la sierra de Comechingones, hacia el sudoeste, colindando con la provincia de San Luis; las sierras de Guasapampa y de Cuniputo, esta última una ramificación de la Sierra Chica, hacia el noroeste, cerca de la provincia de La Rioja, y hacia el norte, las Sierras del Norte, con ramificaciones hacia Santiago del Estero. Fueron estudiadas por Gardner y Vignatti, pero especialmente por Asbjorn Pedersen, que se valió de iluminación infrarroja y reprodujo aproximadamente 30.000 dibujos en 200 cuevas o abrigos. Pedersen llegó a las siguientes conclusiones:

1) El indígena de las sierras de Córdoba, Sierras del Norte, zona de Cerro Colorado, se regia por normas convencionales generalizadas de la zona para realizar las pinturas rupestres, ejecutadas conforme con una ideología de carácter mágico ~ religioso y no con fines decorativos como se supone comúnmente;

2) Dichas normas se relacionaban directamente con su modus vivendi más común de los elementos a reproducir: por ejemplo, del trato con el ser humano, con exaltación de detalles individuales, frontales y dorsales de sus vestimentas; los mamíferos generalmente observados de perfil o de tres cuartos de perfil; los artrópodos y reptiles observados en el suelo; las aves observadas en vuelo (las rapaces) y las de tierra, de perfil.

Lengua

Había dos grupos lingüísticos: el del norte, que hablaba la lengua henia, y el del Sur, o camiares. No solo había diferencia lingüística, sino también cultural; según Antonio Serrano, los camiares no conocían la cerámica moldeada dentro de cestos, común en el norte o zona de los henia. Los gentilicios conservados no son más que apellidos o parcialidades: auletas, sauletas, michilingues, pascos, chimes, nogolmas, nondolmas, pansolmas,etc.

Algunos vestigios toponímicos de esas parcialidades quedaron como Camicosquin, Olahen, Tohaen, en el valle de la Punilla. La sierra de los Gigantes habría sido el límite los henia y los camiares.
El material lingüístico que tenemos de estos indígenas se reduce a unas pocas palabras seguras, unas cuantas dudosas, y algunas otras puestas equivocadamente en ellas.

Igualmente extinguido, este idioma no ha dejado restos que den esperanzas de una solución al problema de clasificarlo. Henia y camiare se citan como sus dialectos del norte y del sur, respectivamente. Es posible se relacionara con el sanavirón, o según otros a de ser agrupados junto al diaguita. Pueden haber sido dialectos afines el michilingue (Valle del Conlara) e indamá o indamu. Como variedades del comechingón se citan main, yuya, mundema, cama, umba.

Parece como si indamá fuese designación de los propios Comechingones, en alguna de las lenguas del derrotero de los españoles.
La voz carachi-orco, que se da como de la lengua henia con el significado de «teta de piedra» (orco es cerro en quechua) tiene su equivalente en Carachi pampa, una llanura en Antofagasta.


En aimará kara es «cerro pelado» y chichi «pezón de mujer», también granizo, en quechua.
En resumen, las palabras comechingonas que parecen seguras, son las siguientes:
Henen, henin, hen, pitin: pueblo, en henia.
Naguan, acan nave: cacique, en henia
Nave, navira: cacique, en camiare
Lemin: pescado, en henia.
Luimin: pescado, en camiare.
Butos: casa, en henia.
Tica: mojón, en henia
San: río, en henia (agua o río)
Chi: pezón, en henia
Eara: Peñasco, en henia

Usos y costumbres

Cultivaban el suelo, eran cazadores y recolectores; criaban llamas. En sus siembras figuraban maíz, porotos, zapallos, quinoa; cazaban guanacos, liebres, ciervos; recolectaban frutos de algarrobo y del chañar. Los morteros excavados en la roca y las conanas atestiguan la preparación de los granos; en los morteros con manos de forma cilíndrica, se molía la quínoa y el maíz.
Su vivienda era semisubterránea, en oquedades o cuevas de las sierras, o cavada en tierra y cubierta con madera o paja; los abrigos rocosos se completaban con pircas adosadas a ellos.

Religión

Poco se conoce de sus rituales; habrían poseído la noción de un alto Dios representado por el Sol; practicaban también la magia y las danzas rituales, de origen amazónico, como se advierte en las pinturas rupestres de Cerro Colorado, en las que el hechicero hacía uso del fruto del cebil como droga narcotizante; el cebil pulverizado era tomado por la nariz y la arqueología encontró tabletas de piedra y de madera que se utilizaban para molerlo y ofrecerlo.

Los muertos eran enterrados en posición acurrucada, tal vez envueltos en un cuero; se hallaron recipientes de barro que pudieron haber contenido restos de párvulos; pero no hay pruebas de que los comechingones enterrasen a sus niños en urnas como hacían los diaguitas; en cambio lo harían en pequeñas cámaras sepulcrales, como las de Rumipal y Unquillo.

En las cuevas se hallaron pictografías y en los paradores estatuillas de barro de un admirable naturalismo.

Familia

La familia constituía la base del ordenamiento, por encima de la familia estaba la parcialidad, que ocupaba un área delimitada; las parcialidades tenían un cacique y cuando crecían mucho se desintegraban en unidades menores con un cacique propio, sin romper los vínculos de la parcialidad matriz.

Economía

Fueron agricultores, conocieron la irrigación artificial. La crianza de animales domésticos estaba dada por lo que los españoles llamaron carneros de la tierra.
También se cree que el perro les acompañaba. En cuanto a la recolección de frutos silvestres se sustentaban de algarroba, la cual molían y usaban en la preparación de una especie de pan o torta denominada "patay". Esto se complementaba con chañar y otros frutos propios de la región.

La caza era otra manifestación económica citándose especies de ciervo, el guanaco, la vizcacha común, quirquinchos, el hurón, dos especies de zorro, la liebre de la Patagonia, iguanas, y diversas aves cuya lista encabeza el ñandú.

Vestimenta

Vestían faldellín o delantal largo, Camiseta y manta por lo general de lana de camélidos indígenas que criaban en cantidad. Hilaban la lana de los camélidos; lo atestiguan numerosos morteros hallados en la región; mucho de ellos, de barro, muestran dibujos incisos; Con el hilo tejían las mantas. El tejido se hacía con malla menuda, muchas labores en las aberturas, ruedos y bocamangas, las numerosas estatuillas de barro que se hallaron indicarían que se trataba de adornos para la indumentaria; entre los adornos figuraban varillas de metal que equivalían a plumas y que se ponían en el tocado; el más simple de los adornos era una especie de vincha.

Trabajaban la piedra y confeccionaban hachas, puntas de flecha, raspadores; las puntas líticas son casi triangulares, sin pedúnculo; hachas de piedra con o sin garganta. También utilizaban el hueso para puñales y cuchillos, husos, puntas de flecha alargadas y de gran tamaño hacían collares o chaquiras con conchillas para ornamentos de los vestidos. La cerámica no tuvo gran desarrollo y era muy primitiva. La mayor parte de la encontrada hasta ahora es lisa; cuando existe la decoración es simple, incisa, geométrica; la Cerámica pintada en el área de los comechingones seguramente de procedencia extraña. En la forma de los vasos predomina la subglobular, de asiento plano cuello cilíndrico; lo que varia es el tamaño; las huellas de cestos y redes son visibles en la alfarería de lo que indica se practicaba la Cestería y la confección de redes.

Como armas usaban el arco y la flecha y las medias picas; también las boleadoras y las lanzas de punta elíptica.

Conquista

Con la fundación de Córdoba en 1573 comenzó la hispanización de los comechingones; en las encomiendas no se tuvo presente la calidad étnica ni el origen de los indios; se encomendaba juntos a comechingones y a sanavirones, de lengua, cultura y origen distintos, y se les agregaba indios de otras procedencias: huarpes olongastas puntanos y riojanos, encomendados frecuentemente en vecinos de Córdoba, sobre todo antes de que se fundase La Rioja, en 1591, y San Luis, en 1594.

Los misioneros no se preocuparon de estudiar la lengua de los pobladores originarios cordobeses y en cambio trataron de imponerles el quechua, como a los tonocotés de Santiago del Estero, lengua que ellos y muchos conquistadores conocían; esos esfuerzos, según documentos de los siglos XVI y XVII, tuvieron algunos resultados, pero con la pérdida del idioma propio se produjo también la extinción o dilución de los comechingones en la masa mestizada de la antigua gobernación del Tucumán.



Pinturas Indígenas de Cerro Colorado



Dr. Alberto Rex González

(Artículo publicado en Revista Gacetika, en mayo de 1963)

“... Las figuras publicadas hasta ahora, que adornan los abrigos y oquedades del Cerro Colorado y sus vecinos pueden clasificarse de acuerdo a su aspecto formal en Objetos Naturales, que constituyen aproximadamente el 70 % del total. De éstos hay una proporción más o menos igual de figuras humanas y de mamíferos (80%). Son raros en cambio los pájaros (2%). El resto son figuras de insectos o reptiles.

A las figuras naturales siguen las de carácter geométrico (14% del total) y otras no identificadas ni reconocidas (16 %).


Los indígenas sobresalen entre las figuras humanas. Muy convencionales, a menudo carecen de cabeza y solo dos cortos trazos indican los brazos y las piernas. En cambio están adornados con vistosos apéndices sobre las espaldas y la parte superior. Configuran completos y vistosos adornos de plumas. Son representaciones de guerreros armados con arcos y flechas, componiendo múltiples figuras en actitud de enfrentarse.

Es muy posible que representen escenas reales de las incontables guerras entre indígenas, de las que hablan los cronistas españoles a los que impresionó la disciplina y la táctica sorpresiva de sus ataques, que a veces lanzaban de noche, llevando “lumbre muy escondido”, al decir de un testigo de la época.

Las restantes figuras humanas representan a españoles armados de lanzas y espadas, protegidos por armaduras. Los artistas indios dibujaron con exacto realismo algunos atributos de los conquistadores: adornos en las monturas o detalles de la celada. Es notable que, en tanto que las representaciones de los guerreros indios son esquemáticas y convencionales, las figuras de los conquistadores hispanos tienen un carácter más realista.

Posiblemente esto se deba a que una larga tradición pictórica llevó a los artistas indios a establecer normas determinadas y aceptadas como representación de la figura humana; en otras palabras lo que podría llamarse “estilo pictográfico de Cerro Colorado”.


Frente a figuras diferentes como las de los españoles y sus extraños animales domésticos, que por primera vez veían los ojos asombrados de los aborígenes, éstos trataron de dibujarlos de la manera más real que sus recursos técnicos les permitiese.

Gran parte de las figuras de animales autóctonos, en cambio, tienen un carácter bastante naturalista, siendo fácilmente reconocible el modelo. Llamas y guanacos se destacan por sus largos cuellos y los ciervos por su intrincada cornamenta. Más estilizados son los diseños de reptiles, saurios y serpientes.

Los artistas de Cerro Colorado no conocieron las técnicas que les hubieran permitido dar relieve a las figuras, combinando matices o juegos de luces. Tampoco parecen haber usado la perspectiva.

Sí usaron, en cambio el recurso de componer una imagen sin dibujar el contorno, formándola con simples series de puntos. Recurso que bajo otros aspectos apareció muy tardíamente en el arte civilizado del mundo occidental.

Hay excelentes ejemplos de felinos y cóndores ejecutados con el recurso del puntillismo, realizado al parecer por untado directo del dedo en la materia colorante. Otras imágenes parecen haber sido diseñadas con una especie de pincel.


Blanco, rojo y negro fueron los colores más usados.

El primero era óxido o sulfato de calcio, aunque se ignora de dónde lo obtenían; posiblemente fuera proveniente de huesos pulverizados. El negro era material mineral, pirolusita. El rojo es ocre del que disponían en cantidad en las serranías.

Convenientemente pulverizadas, todas estas sustancias se mezclaban con grasa y se aplicaban directamente sobre la pared. En muchos casos, al parecer, se repitió varias veces la operación.

Las escenas de conjunto, detalle que no siempre se encuentra en el arte rupestre, en Cerro Colorado parece ser un rasgo dominante. Excepcional en la Patagonia, fue hallado por primera vez en el Río Pintura, por una expedición del Museo de La Plata.


¿Qué significado tenían las pictografías para sus autores?

En este punto debemos empezar por confesar nuestros escasos conocimientos. Es una cuestión difícil de resolver y hay pocas probabilidades de que en este sentido se avance mucho en el futuro.

En primer lugar, lo que designamos bajo el nombre de “pueblos primitivos” no es sino una cómoda generalización de valor puramente verbal. En esta definición entran infinidad de culturas, con creencias, cultura, lenguaje y tecnologías netamente diferenciadas entre sí.

Tal como en materia de lenguaje encontramos miles de ejemplos distintos, ininteligibles entre los distintos pueblos, aún vecinos, debemos también suponer que la forma y el sentido de las representaciones gráficas creadas por estos pueblos, variaron enormemente en usos y significados. De ahí que son pocas las generalizaciones que en materia de interpretaciones pueden hacerse. Si dejamos correr la imaginación terminaremos por saber, probablemente, más que los propios indígenas autores de las pinturas rupestres.


Un autor ve en los frescos de la región del Cerro Colorado, representaciones del mapa celeste cordobés en determinada época del año, con exacta ubicación de determinadas constelaciones. Esta divagación carece de base. El grado de desarrollo cultural en materia astronómica, de los indígenas de la serranía, merced a esta interpretación, colocaría a este pueblo por encima de los mayas, que sabemos alcanzó un extraordinario adelanto en este sentido, como por ejemplo el cálculo exacto de los ciclos de Venus.

Se ha querido también encontrar en estas pinturas rupestres, vestigios de escritura rúnica, es decir la escritura de los antiguos vikingos. Tampoco merece la pena analizar esta interpretación. Hace muchos años se encontró en los Estados Unidos una roca con una inscripción rúnica: era el único ejemplo conocido de la América Pre-colombina; después de una paciente labor se comprobó que era un fraude. La interpretación anterior habría hecho suponer que los vikingos no solo habían llegado a Estados Unidos, cosa de por sí bastante difícil, sino que habían avanzado 8000 kilómetros hacia el sur.


Dejando de lado, pues, estos juegos de imaginación ¿qué puede decirse, entonces, sobre la interpretación de las pictografías?

En primer lugar, como lo estableció Gardner, las pinturas rupestres no tuvieron seguramente el carácter de un simple pasatiempo, sino un sentido bastante definido para el indígena. Hay un hecho incontrovertible: algunas de las escenas representan a todas luces, un hecho histórico, la entrada y avance de la conquista española en Córdoba. Marca un hito trascendente en la historia indígena, a la par que la vista de hombres blancos, provistos de armas relucientes, acompañados de extrañas bestias y feroces perros que los naturales contemplaban por primera vez, marcaban el comienzo de la declinación de la cultura autóctona y con ella la desaparición de los pintores indios.

De la misma manera que esa escena representa con claridad un hecho histórico conocido, puede suponerse que las otras en que aparecen grupos de guerreros enfrentados en plena lucha, también fueron acontecimientos vividos por las tribus.

Las escenas en que aparecen europeos marcan el último jalón cronológico de las pinturas rupestres: mediados del siglo XVI.


Nos queda por resolver otro problema muy importante:

¿de cuándo datan las pinturas más antiguas?

Esta pregunta aún no está contestada satisfactoriamente, y su respuesta es uno de los tantos enigmas que excitan la imaginación, el ingenio y la paciencia del arqueólogo.

Aunque no sabemos la edad de las pictografías más antiguas, algo puede adelantarse con respecto al grupo principal, también el más hermoso: las figuras de guerreros emplumados, de la típica escuela pictográfica del Cerro Colorado. Estas pictografías pueden ubicarse dentro de fechas muy probables.

En efecto, las figuras están armadas de arcos y flechas, y sabemos por otros datos proporcionados por la arqueología, que la aparición del arco en Córdoba fue relativamente tardía: entre los comienzos de la era cristiana y el siglo V. Las imágenes de los guerreros por lo tanto, no pueden ser anteriores a esa fecha.

Puede también ayudar a la cronología el hallazgo, dentro de los abrigos, y en capas estratigráficas bien estudiadas, de alfarería de la llamada civilización chaco-santiagueña, que puede ubicarse alrededor del siglo X. No es difícil que en ese lapso, más precisamente hacia el fin del mismo, pueda ubicarse el comienzo de la gran tradición de pintores rupestres que dejó este mensaje artístico y arqueológico.-

Comechingones en Córdoba...




Las primeras ciudades cordobesas:

Si bien los comechingones habitaron algunas cuevas y aleros, fundamentalmente lo hicieron en las llamadas “casas-pozo”, amplias habitaciones de forma cuadrangular o rectangular, cavadas en la tierra. Estos pozos (aproximadamente de un metro y medio de profundidad) hacían la parte inferior de la pared, que se continuaba ya en superficie con el techo de ramas y paja. Eran muy amplias y se piensa que fueron “comunales” (habitadas por 4 o 5 familias cada una).

Las aldeas habrían tenido entre 10 y 30 casas-pozo, dispuestas en semicírculo, alrededor de un patio comunitario. Cada aldea podría considerarse una tribu, con un cacique como guía. Pero formaban parte de una organización mayor que contaba con un líder principal. Esta organización, común a la de los sanavirones, era similar a la de los pueblos influidos por los Incas.La aldea era el “ayllu”, grupo básico de familias con lazos sanguíneos.

Sus tierras de trabajaban comunitariamente, y cada poblado estaba a muy corta distancia de los otros: “...a no más de una legua y muchas a la vista de las otras...”, nos dice Don Jerónimo Luis de Cabrera. Además, cada uno tenía 40, 50 o 60 matrimonios –250 personas-, aunque los había de hasta 1000 personas.Con piedras fabricaron puntas de flecha, hachas, conanas, y morteros para moler maíz. Con huesos y conchas realizaron collares, adornos para vestimentas y diversos utensillos. Conocieron el hilado de lana de llama, con el que tejieron camisetas y mantas (prendas que teñían de vistosos colores) y usaron vinchas y tocados de plumas. También utilizaron la cerámica, decorándola con guardas geométricas incisas.

Comechingones (Juan V Diaz – La Voz del Interior)

Había una vez... hace cientos de años, cerca del confín austral de un continente aún no descubierto de modo oficial, un vasto territorio mediterráneo poblado de serranías de redondas cimas, las sierras de Viaraba y Charaba, que en cordones paralelos, como dos brazos abiertos, abrazaban al paisaje y se desvanecían hacia el naciente y el sur, para sumergir su orografía en un horizonte semiárido de bosques xerófilos arriba, y en la infinitud abierta de los pajonales de la pampa, más abajo.

Al sur de un espejismo vivo de extensas planicies salinas, la geografía era de valles azules y luminosos, de altipampas solares y ventisqueros, de húmedas quebradas de mármol, morada del cóndor majestuoso, y del otear en vuelo de las águilas; del monte espinal y lunas mágicas.

Imperio de algarrobos y quebrachos, de mistoles, talas, tuscas y piquillines; del granito milenario, del cuarzo invulnerable y del brillo de la mica; vergel de ríos transparentes, de arroyos cantarinos y cascadas que, como tules, descolgaban sus briznas desde lo alto de las rocas, por entre el verde del musgo y los helechos; de aguadas, ciénagas y minerales vertientes cristalinas; madriguera espaciosa del puma solitario, del temible gato de los montes y del suri veloz.

Y en las mesetas escarpadas, un rastro de pezuñas senderiles, del guanaco, la llama y la vicuña; cósmica tridimensión del aire diáfano y templado; acústico recinto de la afinada vocinglería de los pájaros, que llenaban de color y cantos vivos el apacible amanecer y los ocasos; aroma dulce de la yerba buena; plenitud de la tierra madre, como un regazo montaraz de greda generosa, y de la pureza del cielo topacino...

Era el dominio secular de unos hombres barbados que cantaban y rogaban al Sol universal, que cubrían la mitad de su mediana estatura con vestiduras de lana y habitaban unas casas de pircas, enterrada gran parte de su alzada al reparo de pencas y tunales... Era aquel el país de los comechingones, en la protohistoria de una provincia que otros hombres, después, llamarían Córdoba...

Ni la arqueología ni la antropología han descubierto aquí la monumentalidad de otras culturas de avanzada; ni nutridos yacimientos. Una alfarería escasa y pobre, cuyas muestras no han trascendido más allá de unos toscos cántaros de barro mal cocido, alguna que otra funeraria, estatuillas rudimentarias y amorfas o unas piedras trabajadas como puntas de flecha, evidencian en este sentido la estrechez del arte manual comechingón.

Solo las pinturas rupestres, las pictografías sugieren otra dimensión de sus manifestaciones expresivas, de su relación con el conocimiento, de su trascendencia cultural, por la abundancia de símbolos no descifrados o de interpretaciones subjetivas.

Los rastros de la cultura Ayampitín en los estratos más antiguos de Punilla, en Ongamira o en paso de Las Trancas (Calamuchita), revelan que en distintos tiempos una de las actividades más desarrolladas de los habitantes de este suelo fue la cacería y la recolección; pero la evolución trajo consigo el labrantío y el arte del riego, que copiaron quizás a los diaguitas o por una lejana referencia a la civilización incaica, aunque es mucho más probable que ello haya sido obra de la penetración sanavirona.

Y el cultivar impuso el sedentarismo, un elemental orden social y un régimen temporario de cosechas. Entonces su sustento, además de los animales de la tierra, fueron los frutos de su labranza: el maíz, el poroto, el zapallo, que afianzaron, además, la necesaria ligazón con el lugar

“Adoradores del Sol”: Comechingones, habitantes “de la región” o “de las cuevas”, es el nombre que oficializaron los españoles, tal como lo definían los indios de otras regiones, pero no se sabe cómo se denominaban entre ellos. Solo se conoce que se llamaban según el lugar de su asentamiento: chimes al norte del Valle de Punilla, camineguas en las faldas orientales; aoletas en Calamuchita, aunque una denominación general los denominó camiares.

Por sus hábitos, pertenecían a dos grupos sociales distinguidos también por sus lenguas más importantes: henia y camiare (que a la llegada de los españoles estaba sufriendo la enorme presión del lenguaje “sacat” sanavirón. Los primeros eran los pobladores de la Sierra de Charava (Grandes), que por su dedicación a la caza recorrían los valles y las pampas de lo alto, en cuyos solares tenían sus paraderos temporales y sus refugios naturales en las hendiduras de los cerros.

Los segundos vivían en las faldas orientales de las sierras de Viarava (Chicas) y fueron los labradores y los recolectores de la algarroba (vainas) por lo que también se conocieron como algarroberos. Con ese fruto que machacaban y molían en morteros de piedra (conanas), elaboraban el patay, el alimento ofrecido por una flora generosa, y también la aloja, o del mismo modo la chicha de maíz, las bebidas liberadoras de la euforia en las celebraciones de las fiestas del solsticio. Previsores, en las pirwas (camas) almacenaban las cosechas de un año para otro, al resguardo de la humedad y de los depredadores.

De esta forma de vida hablan las crónicas de sus conquistadores, como el sacerdote jesuita Alonso de Barzana: “... el modo de vivir de todas estas naciones es el de ser labradores. Sus ordinarias comidas son el maíz , lo cual siempre labran con mucha abundancia; también se sustentan de grandísima suma de algarroba, la cual cogen por los campos todos los años al tiempo que madura y hacen dellas grandes depósitos; y cuando no llueve para coger maíz, o el río no sale de madre para poder regar la tierra, pasan sus necesidades con esta algarroba...”

La cohesión social de los comechingones reconocía en el parentesco una de las causas principales de esa unidad; ese era el nudo de su espíritu fraterno, lo que hizo más trágico su holocausto cuando de modo cruel las encomiendas dividieron a las familias y derramaron sobre ellos la sombra fatal de la extinción.

Por falta de elementos que hablen de riquezas propias (quizá de oírlo de otras naciones, repitieron la leyenda de la Trapalanda y la Ciudad de Los Césares y de sus relumbrones de oro y plata para desviar la atención de los conquistadores), se ha especulado con el tesoro de su espíritu, con su relación trascendente con el espacio cósmico, y su comunión con el Sol.

Gran padre de todas las civilizaciones de América, el astro rey tuvo de los comechingones, al decir de algunos estudiosos, una veneración que rozaba lo metafísico, un trance que a veces se procuraban con la aspiración del cebil cuando en sus oficiosas ceremonias, con sus rezos invocadores, sus cánticos corales o sus bailes de sudoración, rogaban al benefactor de la caza y las cosechas, al protector de las llamas y los guanacos y del espíritu en el más allá, ostentando sus adornos de tocas emplumadas, sus collares de piedritas de colores o sus rostros maquillados por mitades en rojo y negro con pinturas de la tierra. Al conjuro de sus musicales mantras y el monocorde ritmo de sus rogativas, tomados de la mano adoraban al Sol.

No tenían dioses de la guerra, pues a pesar de que algún cronista los tratara de “gente belicosa”, no fueron grandes guerreros, apenas lo necesario como para ensayar una resistencia, que se mostró estéril, primero con los sanavirones, que los presionaron desde el este; y después con los españoles, que los sometieron, los esclavizaron en las infernales encomiendas y en medio siglo de conquista los hicieron desaparecer. (A diferencia de otras comunidades, Córdoba no guarda ni una gota de sangre de los antiguos habitantes de su territorio)

La riqueza del pincel:

Fue su acervo pictórico lo que distinguió a este pueblo de otros en el país y en América. Los símbolos, las ideas, los cuadros de la realidad que los comechingones dejaron en los Cerros Colorado y La Quebrada, en el departamento Río Seco; en los Cerros Veladero y Bola (Sobremonte), en la Casa de Piedra (Tulumba); en Guasapampa, Las Playas, Ampisa y Piedra Pintada (Minas), en Agua de La Pilona y Arroyo Luapampa (Cruz del Eje), en Cuchi Corral y Piedra Labrada (Punilla), en Los Cóndores (Calamuchita), en Achiras (Río Cuarto), en Ongamira, en Inti-Huasi, en numerosas grutas, cavernas y aleros de roca dispersos por el territorio cordobés, testimonian una riqueza artística incomparable.

El fin vino de lejos: El país de los comechingones no ostentaba el fasto que tuvieron culturas más elevadas, ni los monumentales templos de oro y plata, ni siquiera de estaño; solo la inmensa riqueza del paisaje, del aire puro y del cielo cristalino. Solo el inmenso tesoro de un gran hábitat manso y generoso, de apacible geografía y clima benefactor, metáfora preciosa de lo que debe ser el paraíso.

El 24 de Junio de 1573, al denominar San Juan al milenario Río Suquía de los comechingones, Jerónimo Luis de Cabrera descubrió en la última hondonada de este punto cardinal de un paisaje de maravillas el valor de un nudo estratégico de la irreversible geopolítica de la conquista. Alucinados por el asombro, los comechingones no pudieron comprender que este ser extraño que llegaba desde el norte, con su designio de Dios o de Demonio, había puesto a andar, ese día, el calendario regresivo de sus días.